Astillero

Según el Diccionario de la Real Academia, instalación destinada a la construcción y reparación de embarcaciones.

Con el inicio de la navegación, hace miles de años, aparecieron los primeros carpinteros de ribera, auténticos maestros en el arte de la madera que confeccionaban los barcos a partir de la tala de árboles. Los calafates conformaron gremios en los que establecieron sus propias normas, conservando un oficio que pasaba de padres a hijos y que necesitaba un aprendizaje temprano para alcanzar pronto la maestría.

Hasta el siglo XIX, la mayoría de los barcos fueron de madera, y su construcción se operaba a partir de plantillas y modelos a escala.

Las herramientas y útiles fueron perfeccionándose con el tiempo, y las propias embarcaciones crecieron de tamaño, especialmente las destinadas a las armadas de los distintos países. Buen ejemplo de ello fue el Santísima Trinidad, uno de los más grandes buques de guerra construido en madera (en el puerto de La Habana, Cuba) y que, después de participar en la batalla de Trafalgar (1805) acabó hundido por un temporal cerca de la playa de Zahara.

En Barbate, al menos desde finales del siglo XIX, existieron carpinteros de ribera dedicados a la construcción de los barcos de pesca barbateños, en principio los que faenaban en la costa, fuera en las jábegas o en la almadraba; y luego, cada vez más, aquellos que iban a la busca de especies pelágicas, o navegaban rumbo a otros caladeros, tanto en Marruecos, como en Málaga o Cádiz.

La repoblación de todo el pinar de la Breña desde aquella época y en las primeras décadas del siglo XX, favoreció la instalación de estos talleres, en principio modestos locales ubicados en la ribera del río, que luego crecieron en tamaño y personal. Pronto los barcos barbateños serán reputados de muy “marineros” y excelentes, merced a unos artífices herederos de la carpintería de ribera del suroeste peninsular, tradicionalmente instalada desde Huelva hasta San Fernando. Se trataba de los legítimos herederos de aquellos que habían construido antiguamente los barcos que dieron fama a los gaditanos en época prerromana, y que mucho más tarde servirán en largas travesías por el Atlántico en la Carrera de Indias.

En Barbate existieron auténticas sagas de carpinteros de ribera. Coincidiendo con la instalación en Barbate de la primera almadraba, hacia 1872, cuya introducción dinamizó todas las actividades en torno a la pesca, parece que aparecieron las primeras familias de calafates, como la de los Cabeza, iniciando una larga tradición de carpinteros que ha llegado casi hasta nuestros días; luego vinieron los Llorca, que incluso llegaron a instalarse en Larache, enseñando el oficio a los marroquíes. Hoy en aquel puerto, el principal astillero es propiedad de los Conrado, descendientes de un barbateño.

En las primeras décadas del siglo XX se construyó El Chinar, el astillero más importante que hubo en Barbate por volumen de trabajo. Situado donde hoy en día se halla la barriada del mismo nombre, esto es, entre la playa y el río, la denominación de la empresa obedeció a la existencia en el lugar de numerosos chinos o pequeños cantos rodados. El lugar escogido trajo algunos inconvenientes, pues los barcos para ser botados habían de cruzar una carretera muy transitada por camiones que iban o venían de la lonja vieja del pescado. Como nota curiosa, un barco de Barbate, el Cabo Espartel, fue conocido por “el atravesado”, ya que, cuando era conducido hacia el río, un fallo en su transporte lo dejó inmovilizado en medio de la carretera, con el consiguiente embotellamiento de camiones, los cuales hubieron de esperar horas para pasar.

El jefe de los carpinteros del Chinar y copropietario del taller durante muchos años fue Agustín Malia Corrales, quien trajo a Barbate parte de las técnicas empleadas en la Bahía de Cádiz, y también fue el artífice de algunos de los mejores buques de pesca barbateños. Miguel Martínez Denia, Miguel “Caseta”, también levantó unas instalaciones cercanas al puerto de La Albufera, en la cual se reparaban y construían embarcaciones de pequeño calado. Pero, sobre todo, el taller compraba la madera procedente del pinar de la Breña, de la cual se nutrían otros astilleros, grandes y pequeños, si bien no era esta la única materia prima de la que estaban hechas las embarcaciones. La madera se escogía cada año del pinar y era adjudicada mediante subasta al mejor postor, primero por la Dirección General de Montes y, a partir de 1971 por el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA). Se trataba de una cantidad determinada de metros cúbicos. Los árboles no se vendían, sino que en realidad salían de lo que se conocía por Cultura Forestal, una limpia anual para conservación y regeneración del pinar. Pero los carpinteros adjudicatarios tenían la opción de escoger los mejores pinos para el destino en que iban a ser empleados, siempre acompañados de un ingeniero de montes y guardas forestales. La madera del pino piñonero resultaba ideal para las cuadernas del barco, dado que la resina dotaba de impermeabilidad a los árboles, y que la sal del océano próximo les había imprimido una resistencia especial al agua marina. Los mejores pinos eran los más retorcidos, los que no crecían erectos, dado que las tablas habían de combarse siguiendo su estructura natural y no con cortes artificiales en forma de curva. Para la quilla y zonas del barco que conformaban lo principal de la estructura, se necesitaban maderas de una mayor dureza. Miguel Martínez compraba eucaliptos, que luego hundía en el fango cercano al puerto durante un año, para que la madera fuese adquiriendo resistencia al agua y fuese también más dúctil para trabajarla. Con eucalipto se hicieron buena parte de las principales partes de los barcos barbateños, y esa es la madera que aún hoy podemos ver en el río en los barcos abandonados en su ribera.

Desde al menos los inicios del siglo XX, la almadraba de Barbate dispuso de su propio astillero, situado al otro lado del río, justo en frente de la chanca. Allí se reparaban y hasta construían botes y barcos destinados a las faenas propias de la pesca del atún. A lo largo del año, los trabajos en las embarcaciones necesitaban de un mantenimiento. Especialmente, había que dar carena regularmente, usando la estopa y la maza, y también pintura. Una buena revisión prolongaba la vida útil y ayudaba a amortizar la inversión. La fama adquirida los carpinteros de ribera barbateños, llevaron, por ejemplo, a que se tomase la decisión, con vista a los fastos de 1992, de encargar en sus astilleros la construcción de las réplicas de la Pinta, La Niña y la Santa María. Finalmente, solo se construyó la Niña, resultando ser también la que más navegó de todas.

En la actualidad, con la introducción y extensión de los barcos de hierro y poliéster, la carpintería se halla en decadencia, subsistiendo en algunos barcos, como los de las almadrabas. Incluso las herramientas usadas por los calafates están desapareciendo. En Barbate aún se conservan algunas por iniciativa particular, caso de Arturo Cepero o de Jesús Martínez Águila, descendientes de carpinteros.

Hoy en Barbate, los Talleres Varo Barrientos son los dignos herederos de toda una tradición y saber hacer que dieron fama a la flota barbateña en todo el país.

 

Bibliografía:

José María Castañeda: La carpintería de ribera. Diputación de Cádiz, 2001.

Antonio Aragón Fernández: entrevista a Jesús Martínez Águila sobre su padre, el empresario Miguel

Martínez Denia.